Me repito mucho, pero es que qué serían de las fotos sin las historias que hay detrás de cada una de ellas. Cada una viene a mí por una razón muy concreta. Muchas veces me siento más como una recolectadora de historias, una jardinera que transforma una semilla en una imagen para ti, más que una fotógrafa. Alguien que te escucha, que comprende qué sentimiento quieres atesorar ahí dentro y que hace todo lo posible para que así sea.

Hoy te traigo una historia de Comuniones y de pandemias, que ya parece que pasó hace mil años, pero no ha sido hace tanto. Tampoco es de este año, no te voy a mentir, pero hasta ahora no la he sacado del tintero, cierto.

Total, que me lío. Todo empezó con una consulta: Quiero hacer un reportaje de comunión, infórmame bla, bla, bla, pero al hablar con esta mamá se destapó toda la historia. La peque había hecho la Primera Comunión, pero en un periodo de los que tuvimos muchas restricciones para hacer las celebraciones. Recuerda: las restricciones para poder reunirse, las mascarillas, el agobio… Pero además de todo lo que habían sufrido por no poder celebrar la comunión como les hubiera gustado se unía otra espinita más… y es que no tenían ni una sola foto decente de la niña el día de su Primera Comunión.

Ni una.

Ni una sola en la que la peque brillara como sólo brilla una niña en su Primera Comunión.

¿Te imaginas?

Así que como no había podido ser ni antes ni durante, pensó que podía ponerle solución después. Y dicho y hecho. Le probó el vestido (le valía, menos mal), buscamos día y les busqué una localización chula para que las fotos en el exterior quedaran de sueño.

Y además, en el último momento me hicieron un regalo, porque la peque hace ballet y se trajo sus zapatillas de puntas. No me voy a extender más, pero quedó un reportaje ideal con imágenes diferentes.

Un reportaje para recordar, donde ella brillaba.

Si tu también quieres un reportaje original donde tu peque brille, todavía estás a tiempo, aunque ya haya hecho la Primera Comunión. No te quedes con las ganas.